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miércoles, 22 de agosto de 2012

La masacre de Trelew, "libres o muertos jamas esclavos"

El 15 de agosto de 1972, presos políticos tomaron el penal de máxima seguridad de Rawson con el fin de darse a la fuga, pero el plan no resultó de acuerdo a lo previsto. Solamente 6 personas, de 110 reclusos pertenecientes a organizaciones revolucionarias, lograron el objetivo y salieron del país, mientras que otras 19 fueron recapturadas en el Aeropuerto de Trelew, y las restantes ni siquiera lograron salir de la cárcel.
En la madrugada del 22 de agosto, los 19 presos que habían sido atrapados en el intento de fuga, fueron fusilados como represalia en la Base Naval Almirante Zar, pero 3 quedaron con vida y se convirtieron en testigos fundamentales para revelar lo acaecido.

Los compañeros caídos el 22 de agosto de 1972:

Carlos Alberto Astudillo (FAR). Nació en Santiago del Estero en el 17 de agosto de 1944 (28 años), estudiante de medicina en la Universidad de Córdoba. Detenido el 29 de diciembre de 1970 y brutalmente torturado.

Rubén Pedro Bonet (PRT-ERP). Nació en Buenos Aires el 1 de febrero de 1942 (30 años), casado y padre de dos chicos, Hernán y Mariana, de 4 y 5 años. Perteneciente a una familia muy modesta abandonó sus estudios para ingresar como obrero en Sudamtex y Nestlé. Detenido en febrero de 1971.

Eduardo Adolfo Capello (PRT-ERP). Nació en Buenos Aires el 3 de mayo de 1948 (24 años), estudiante de ciencias económicas y empleado. Detenido cuando intentaba expropiar un auto en febrero de 1971.

Mario Emilio Delfino (PRT-ERP). Nació en Rosario el 17 de septiembre de 1942 (29 años), casado. Estudió ingeniería en la Universidad de Santa Fe. Inició su militancia en Palabra Obrera, que confluiría en el PRT. Abandonó sus estudios universitarios para ingresar como obrero en el frigorífico Swift de Rosario, donde trabajó 5 años. Detenido el 14 de abril de 1970. El V congreso del PRT lo eligió miembro del Comité Central en ausencia.

Alberto Carlos del Rey (PRT-ERP). Nació en Rosario el 22 de febrero de 1949 (23 años), estudió ingeniería química en la Universidad de Rosario, donde se integró al PRT. Participó del congreso fundacional del ERP. Detenido el 27 de abril de 1971.

Alfredo Elías Kohon (FAR): Nació en Entre Ríos el 22 de marzo de 1945 (27 años), estudiaba ingeniería en la Universidad de Córdoba y trabajaba en una fábrica metalúrgica. Formó parte de los comandos Santiago Pampillón y fue fundador de las FAR local. Detenido el 29 de diciembre de 1970.

Clarisa Rosa Lea Place (PRT-ERP). Nació en Tucumán el 23 de diciembre de 1948 (23 años), estudió derecho en la Universidad de Tucumán, donde se integró al PRT. Participó del congreso fundacional del ERP. Detenida en diciembre de 1970 durante un control de rutina.

Susana Graciela Lesgart de Yofre (MONTONEROS). Nació en Córdoba el 13 de octubre de 1949 (22 años), maestra. Se radicó en Tucumán donde enseñaba y compartía la vida con los trabajadores cañeros. Fue una de las fundadoras de Montoneros en Córdoba. Detenida en diciembre de 1971.

José Ricardo Mena (PRT-ERP). Nació el 28 de marzo de 1951 en Tucumán (21 años), obrero azucarero. Integró los primeras grupos del PRT en Tucumán. Detenido tras la expropiación a un banco, en noviembre de 1970.

Miguel Ángel Polti (PRT-ERP). Nació en Córdoba el 11 de julio de 1951 (21 años), estudió ingeniería química en la Universidad de Córdoba, era hermano de José Polti, muerto en abril de 1971. Detenido en Córdoba, en julio de 1971.

Mariano Pujadas (MONTONEROS). Nació en Barcelona el 14 de junio de 1948 (24 años), fue fundador y dirigente de Montoneros en Córdoba. Participó en la toma de La Calera. Estaba a punto de terminar la carrera de ingeniero agrónomo cuando fue detenido en una redada, en junio de 1971.

María Angélica Sabelli (FAR). Nació en Buenos Aires el 12 de enero de 1949 (23 años), conoció a Carlos Olmedo cuando estudiaba en el Colegio Nacional Buenos Aires. Cursaba matemática en la facultad de ciencias exactas, trabajaba como empleada y como profesora de matemática y latín. Detenida en febrero de 1972 y salvajemente torturada.

Ana María Villareal de Santucho (PRT-ERP). Nació en 9 de octubre de 1935 (36 años), era compañera de Mario Roberto Santucho y madre de tres chicos. Licenciada en artes plásticas por la Universidad de Tucumán. Junto a Santucho empezó a militar en el FRIP (Frente Revolucionario Indoamericano y Popular) que luego confluyó en el PRT. Detenida en un control de rutina en un colectivo.

Humberto Segundo Suarez (PRT-ERP). Nació en Tucumán el 1 de abril de 1947 (25 años), de origen rural, fue cañero, obrero de la construcción y oficial panadero. Detenido en marzo de 1971.

Humberto Adrián Toschi (PRT-ERP). Nació en 1 de abril de 1947 en Córdoba (25 años), trabajaba en una empresa familiar hasta que eligió ser obrero. Detenido, junto con Santucho y Gorriarán Merlo, en una redada el 30 de agosto de 1971.

Jorge Alejandro Ulla (PRT-ERP). Nació en Santa Fe el 23 de diciembre de 1944 (27 años), maestro; abandonó sus estudios para trabajar como obrero en una fábrica metalúrgica. Participó del congreso fundacional del ERP y en la primera operación armada. Detenido junto con Humberto Toschi en Córdoba, en agosto de 1971.

Los heridos consiguieron recuperarse, salieron de la cárcel con la amnistía general del 25 de mayo de 1973, volvieron a militar en las organizaciones armadas y fueron desaparecidos durante la dictadura que empezó en 1976, el último de ellos fue Ricardo René Haidar (Montoneros), en 1982.

Los sobrevivientes y sus testimonios:

Maria Antonia Berger (MONTONEROS). Licenciada en sociología, había sido detenida el 3 de noviembre de 1971. Herida por una ráfaga de metralla logró introducirse en su celda, donde recibió un tiro de pistola; fue la última en ser trasladada a la enfermería. En la fecha de la masacre tenía 30 años. Secuestrada a mediados de 1979.

Queridos compañeros: No puedo sino dirigirme a ustedes para informarles acerca de los acontecimientos que los inquietan y que yo he vivido. Después de concretarse la toma del aeropuerto de Trelew, nos planteamos mis compañeros y yo la necesidad de garantizar nuestra seguridad física en el trato posterior a la rendición; de tal forma se logró una amplia certificación de nuestro estado físico, por parte de médicos y periodistas.

El juez federal que intervino en la negociación de nuestra rendición prometió acceder a nuestro requerimiento de que se nos retornara al penal de Rawson en forma inmediata; dicho juez, al igual que el oficial de policía que lo acompañaba, se portaron en forma correcta. Al llegar las tropas de infantería de marina, las tratativas de la rendición se celebran con el oficial al mando de las mismas, capitán de corbeta Sosa, ante quien Mariano Pujadas, Rubén Pedro Bonet y yo insistimos en lograr que se nos reintegre a la unidad carcelaria, como condición previa a la rendición. Ante la oposición del capitán Sosa, se hace saber a él y al juez federal que a nuestro entender la base naval no reúne las mínimas garantías de seguridad en cuanto a nuestras vidas; para el supuesto caso que el penal de Rawson aún se encontrara ocupado militarmente por los compañeros alojados en éste, los tres nos ofrecíamos a gestionar y obtener la rendición incondicional de ellos.

En estos términos se planteaba la discusión, aunque luego el capitán Sosa accede a los requerimientos y afirma que nos llevará hasta el penal. De esta forma se hace efectiva la rendición, y todos entregamos nuestras armas; momentos antes de ascender al micro que nos llevaría de regreso a la cárcel de Rawson, nos enteramos de que se nos lleva a la base naval Almirante Zar, bajo pretexto de que la zona se había declarado en estado de emergencia, por lo cual las órdenes recibidas por Sosa eran el traslado de los prisioneros a la base, para su alojamiento en ésta.

Ascendemos al micro, un poco confiados por la garantía que nos ofrece el juez federal, siempre acompañado por el doctor Amaya; ambos nos acompañan en el micro hasta la base y en ésta hasta el pasillo mismo que conduce a nuestras celdas. Al despedirse de nosotros, el juez reitera que hará todo cuanto fuera necesario para garantizar nuestra seguridad física.

Una vez en nuestras celdas, aproximadamente cuatro horas después, bajo pretexto de revisación médica, se procede a realizar prolija requisa a órdenes de oficiales médicos, quienes nos ordenan quitarnos la ropa hasta quedar totalmente desnudas; miran nuestros cuerpos prolijamente, tal vez en busca de algún arma aunque todos sabemos que la piel no tiene bolsillos ni mochilas. Esa madrugada, a las cinco horas recién nos hacen llegar mantas y colchones.

La custodia inicialmente se compone de doce conscriptos armados con fusiles FAL, FAP y otra arma larga automática a la cual no conozco, y suboficiales armados con PAM todos ellos, en detalle que luego se convertiría en común, con sus armas amartilladas, sin seguro y apuntando hacia nosotros. Posteriormente, al tercer día de nuestra permanencia en la base, son remplazados los soldados conscriptos por personal militar permanente, es decir cabos y suboficiales principales al mando de uno o dos oficiales, quienes ya forman parte de la dotación de custodia habitual.

Comienza a endurecerse el trato dado a los prisioneros. Para ir al baño y a comer se nos lleva de a uno, con ambas manos apoyadas en la nuca, mientras nuestros carceleros nos apuntan con sus armas montadas y sin seguro, en forma continua se procede a maltratarnos; a los muchachos se les ordena hacer repetidas veces cuerpo a tierra totalmente desnudos, a pesar del intenso frío característico de la zona. También se nos obliga a hacer numerosos movimientos parándonos y sentándonos en el suelo, o sostener el peso del cuerpo con los dedos estirados y apoyados de punta en la pared durante mucho tiempo, hasta que el dolor es insoportable. Todo ello, mientras nos encañonan permanentemente con sus armas. Es de remarcar que este trato era conocido por todos los integrantes de la base, ya que muchos oficiales concurrían a vernos, deteniéndose a observar cuanto nos ordenaban hacer.

Recuerdo una ocasión en la cual habíamos estado haciendo toda clase de movimientos ordenados por nuestros carceleros; en tal oportunidad, el teniente de corbeta Bravo colocó su pistola calibre 45 en la cabeza de Clarisa Lea Place, al tiempo que amenazaba con matarla porque ésta se negaba a colocarse boca arriba en el suelo. Clarisa, atemorizada, contesta con un débil 'No me mate'; el oficial vacila; luego baja su arma.

La tensión va aumentando; cada vez que un prisionero es sacado de su celda para ir al baño o para comer, y se lo llevan encañonándolo con las armas sin seguro, nunca sabemos si volveremos a ver con vida al que se aleja. Es notorio cómo la situación es progresivamente más tensa; lo sienten aun nuestros carceleros; tres disparos aislados y hasta una ráfaga entera de ametralladora cuyas marcas quedaron en las paredes, son muestras de un nerviosismo manifiesto que hacía que sus armas se les dispararan sin ellos darse cuenta.

Una noche asistimos a un simulacro de fusilamiento, y como tal lo asumimos posteriormente. Aproximadamente a la medianoche nos despiertan con gritos; a oscuras nos obligan a tiramos cuerpo a tierra repetidas veces, sentamos y paramos en el suelo, etcétera, al tiempo que simulan ir a buscamos para llevamos, abren los candados, los cierran nuevamente; encienden y apagan las luces al tiempo que montan y desmontan repetidas veces sus armas. Escuchamos los cuchicheos de nuestros carceleros con otros oficiales que han llegado. Por señas le pregunto a un cabo qué estaba pasando y me contesta moviendo su dedo índice como si apretara el gatillo de un arma. Como cierre de una noche agitada, comienza un nuevo interrogatorio por los oficiales, ante quienes reiteramos nuestra negativa a declarar; amenazan a Alfredo Kohon con ser torturado si insiste en su negativa de declarar.

El día anterior a los sucesos, concurre el juez a presenciar nuevos reconocimientos en rueda de presos; claro que sin enterarse del interrogatorio a que nos sometía personal de DIPA en una habitación cercana al lugar donde él presenciaba los reconocimientos.

A las 3.30 de esa noche, me despiertan los gritos que profiere el teniente de corbeta Bravo, el cabo Marchan y otro cabo del cual ignoro su nombre [¿Maradino?]. Bravo es rubio, mide 1,85 m, lleva bigote, es bien parecido y tendrá treinta años; Marchan es morocho, de tez mate; su estatura es mediana y tendrá veintiún años; el otro cabo es de características obesas, mide 1,75 m es de tez blanca. Todos ellos profieren insultos a nuestros abogados, al tiempo que aseguran 'ya les van a enseñar a meterse con la marina'; a gritos, nos dicen que esa noche vamos a declarar, lo querramos o no.

Escucho otras voces de otras personas diciendo cosas semejantes, pero no alcanzo a distinguirlas puesto que inmediatamente nos ordenan salir de nuestras celdas, caminando si levantar los ojos del Piso; noto que es la Primera vez que nos dan tal orden, pero no logro adivinar el motivo de la misma. Una vez en el pasillo que separa las dos hileras de celdas que son Ocupadas por nosotros, nos ordenan formar en fila de a uno, dando cara al extremo del pasillo y en la puerta misma de nuestras celdas. También observo que es la primera vez que nos ordenan tal dispositivo para sacarnos de nuestras celdas.

De pronto, imprevistamente, sin una sola voz que ordenara, como si ya estuvieran todos de acuerdo, el cabo obeso comienza a disparar su ametralladora sobre nosotros, y al instante el aire se cubrió de gritos y balas, puesto que todos los oficiales y suboficiales comenzaron a accionar sus armas. Yo recibo cuatro impactos; dos superficiales en el brazo izquierdo, otro en los glúteos, con orificio de entrada y de salida y el cuarto en el estómago; alcanzo a introducirme en mi celda, arrojándome al piso, María Angélica Sabelli hace lo mismo, al tiempo que dice sentirse herida en un brazo, pero momentos después escucho que su respiración se hace dificultosa, y ya no se mueve. En la puerta de la celda, en el mismo lugar donde le ordenaron integrar la fila, yace Santucho, inmóvil totalmente.

Reconozco las voces de Mena y Suárez por su acento provinciano, dando gritos de dolor. Escucho también la voz del teniente Bravo dirigiéndose a Alberto Camps y a Cacho Delfino, gritándoles que declaren; ambos se niegan, lo cual motiva disparos de arma corta después no vuelvo a escuchar a Alberto ni a Cacho. Escucho, sí, más voces de dolor, que son silenciadas a medida que se suceden nuevos disparos de arma corta; ahora sólo escucho las voces de nuestros carceleros, que con gran excitación comienzan a inventar una historia que justifique el cruel asesinato, aunque sólo sea válida ante ellos mismos.

Escucho que se aproximan los disparos de arma corta. Es evidente que quien se halla abocado a la tarea de rematar a los heridos está cerca de mi celda; trato de fingir que estoy muerta, y entrecerrando los ojos lo veo parado en la puerta de mi celda; es alto como de 1,80 m, de cabello castaño aunque escaso, delgado; lleva insignias de oficial de marina. Apunta a la cabeza de María Angélica y dispara, aunque ésta ya estaba muerta. Luego dirige el arma hacia mí y también dispara; el proyectil penetra por mi barbilla y me destroza el maxilar derecho alojándose tras la oreja del mismo lado. Luego se aleja sin verificar el resultado de sus disparos, dando por sentado que estoy muerta.

Continúan los disparos de arma corta, hasta que se hace el silencio, sólo quebrado por las idas y venidas de mucha gente; ellos llegan, nos miran; tal vez para cerciorarse si estamos ya muertos; cuando descubren algún herido parece que se tranquilizaran unos a otros, pues dicen que al desangrarse morirá; mientras, yo continúo tratando de no dar señales de vida.

A la hora llega un enfermero que constata el número de muertos y heridos; también llega una persona importante, tal vez un juez o un alto oficial, a quien le cuentan una historia inventada. Cuatro horas después llegan ambulancias, con lo cual comienzan a trasladar, de a uno, los heridos y los muertos. Cuando llego a la enfermería de la base observo la hora ' son las 8.30; todo había comenzado a las 3.30. Me llevan a una sala en la enfermería, en la cual veo seis camillas en el suelo, con seis heridos; yo soy la séptima.

Dos médicos y algunos enfermeros nos miran, pero se abstienen de intervenir. Sólo uno de ellos, un enfermero, animado por algo de compasión, quita sangre de mi boca; nadie atiende a los heridos, se limitan a permanecer atentos al momento en que dejen de serlo para integrar la estadística de muertos.

A pesar de la cercanía de la ciudad de Trelew no requieren asistencia médica de allí, sino que esperan a que arriben los médicos desde la base de Puerto Belgrano, quienes lo hacen sólo a mediodía, o sea cuatro horas después de nuestra llegada a la enfermería. Los médicos recién llegados nos atienden muy bien; me operan allí mismo, surgiendo dadores de sangre entre los soldados. Recupero el conocimiento veinticuatro horas después de la operación, ya en un avión que me transporta a la base de Puerto Belgrano, donde la atención médica continúa siendo muy buena."

Ricardo René Haidar (MONTONEROS). Ingeniero químico, había sido detenido el 22 de febrero de 1972. Evadió las ráfagas de ametralladoras introduciéndose en su celda, donde fue herido. En la fecha de la masacre tenía 28 años. Secuestrado el 18 de diciembre de 1982.

Cuando llegamos al aeropuerto de Trelew, luego de la fuga del penal de Rawson, y comprobamos que el avión ya había partido, nos quedaba una alternativa: dispersamos en la dilatada meseta patagónica. Sin embargo desechamos de inmediato tal posibilidad porque las características geográficas de la zona eran adversas, y podíamos ser detectados fácilmente por las fuerzas represivas y muy probablemente eliminados sin damos la oportunidad de rendirnos. En consecuencia optamos por rendirnos en el aeropuerto, exigiendo las máximas seguridades posibles, consistentes en hablar con el periodismo, para que el pueblo verificara que estábamos vivos y en óptimas condiciones, la presencia del juez y la de un médico para que constatara nuestra integridad física. Como es de conocimiento público todo esto se cumplió con exactitud. Creíamos nosotros que ello bastaría para aseguramos la vida, que la dictadura no se atrevería a cometer ningún crimen desembozado. Por lo visto nos equivocamos.

El oficial de infantería de marina que dirigió a las fuerzas de la dictadura en el aeropuerto, y ante quien nos rendimos formalmente era el capitán Sosa. Al principio su comportamiento fue correcto y hasta podría decirse cortés. Cuando fuimos conducidos hasta la base de la marina en la que quedamos incomunicados, nos acompañaron en el viaje el juez federal y el doctor Amaya. "Una vez llegados a la base fuimos alojados en calabozos en la forma que indica el plano número 1. El primer día el trato que nos dan es bueno, tanto es así que nos dejan durante todo el día el colchón y las mantas, hecho que no volverá a repetirse en los días siguientes. Sin embargo el buen trato dura poco. Cuando a la tarde del día 16 llega el capitán Sosa, pudimos observar en él un cambio radical. Se dirige a nosotros en tono muy agresivo diciéndonos por ejemplo 'la próxima no habrá negociación, los vamos a cagar a tiros'.

El primer día, la guardia especial de vigilancia estaba integrada por un oficial, tres suboficiales y un soldado armado por cada celda. Los soldados apuntaban permanentemente a los prisioneros sin el seguro puesto del arma. El segundo día son retirados estos soldados quedando sólo algunos en el pasillo, en la forma que indica el plano número 2.

La noche del día miércoles aparece por primera vez el oficial Bravo: éste es un sujeto alto, de tez blanca, pelo castaño claro casi rubio, bigotes espesos, de constitución delgada pero robusta, de 1,80 m de altura y unos 30 años de edad. Este oficial es el que observa la conducta más agresiva con los prisioneros. La noche del jueves nos quita los colchones y las mantas y nos inflige castigos, como por ejemplo hacemos apoyar la punta de los dedos contra la pared, con el cuerpo en plano inclinado en posición de cacheo, y tenernos así durante largo rato, hacernos acostar en el piso completamente desnudos también por largo rato, etcétera. Esta misma noche comienzan los interrogatorios. Aproximadamente a las dos de la mañana. Ellos eran efectuados por personas vestidas de civil entre los cuales había uno a quien Delfino reconoció como perteneciente a DIPA', lo que hace presumir que los demás también lo eran. Los interrogatorios se hacen todas la noches a partir de la madrugada del jueves entre las dos y las cinco de la mañana. Durante el día permanecíamos en la celda de las cuales sólo éramos sacados para comer o para ir al baño. Al principio yo estaba en una celda con Bonet, Toschi y Ulla, pero el último día me trasladaron a la de Kohon, por prescripción médica, en razón de que el frío me había producido colitis.

Tos días miércoles y jueves se nos efectuaron reconocimientos por las ventanillas de las celdas, las que para impedir que nosotros viéramos a los observadores, habían sido cubiertas por un papel que poseía un pequeño visor para el observador. A partir del jueves, Mariano Pujadas es maltratado especialmente. En una oportunidad el oficial Bravo lo obligó a barrer el pasillo completamente desnudo.

Nunca nos sacaban a todos juntos de las celdas, salvo en dos oportunidades. Cuando nos llevaban a comer éramos conducidos de a uno o de a dos. Al baño éramos conducidos individualmente. El día lunes a las 10.30 fue la primera vez que nos sacaron a todos juntos de las celdas y nos hicieron formar en tres grupos mezclados con soldados vestidos con ropas civiles en el hall de la guardia. Estaba presente el juez Quiroga. Allí se realizaron reconocimientos en rueda de presos.

Alberto Miguel Camps (FAR). Estudiante, había sido detenido el 29 de diciembre de 1970. Eludió la metralla arrojándose dentro de su propia celda, donde fue baleado. En la fecha de la masacre tenía 24 años. Su cuerpo, enterrado como NN en el cementerio de Lomas de Zamora, fue identificado en el año 2000.

Después de nuestra rendición en el aeropuerto de Trelew, fuimos trasladados a la base aeronaval. Lo hicimos en compañía del juez federal Godoy y del doctor Amaya, quienes entraron junto con nosotros hasta el pasillo interior del cuerpo de edificio donde se encuentran las celdas en las que fuimos luego alojados. Nos hacen avanzar en grupos de tres y nos alojan en los diez calabozos existentes, uno de los cuales el N' 2 no estaba habilitado. Yo quedo en el calabozo N' 10 juntamente con Kohon, Delfino y Mena.

Entre la noche del martes 15 y la madrugada del miércoles 16 nos revisan individualmente dos personas de civil, que más tarde identificamos como médicos navales. Uno de ellos gordo, pelado, de aproximadamente cuarenta años de edad, de un metro setenta de estatura; el otro algo más joven, de treinta y cinco años, pelo castaño claro, bigotes y anteojos. Ambos de piel blanca. La revisación es prolija. Previamente me desnudan de manera total. Existe preocupación por constatar si tengo lesiones, especialmente magulladuras, lastimaduras o heridas. No advierten lesión alguna.

Me toman fotografías de frente y de perfil; me retiran todas mis pertenencias: cinturón, dinero, reloj.

A las cinco de esa madrugada nos entregan colchonetas y dos mantas por persona, nos encierran en las celdas con cerrojo y candado y nos dejan dormir aproximadamente hasta el mediodía del miércoles 16.

Esa noche aparece el oficial de la marina Bravo, de treinta años aproximadamente, rubio, bigotes, quien luego está casi permanentemente con nosotros, actúa desde el comienzo con rudeza y nos somete a un rígido trato militar.

Esa misma noche fui víctima de un castigo que me impuso el capitán Sosa. Yo conversaba con mis compañeros en la celda. Sosa me prohibió hacerlo y me impuso silencio. Me ordenó entonces ponerme de pie y dispuso, impartiendo a un suboficial la orden correspondiente, que pasara toda la noche de plantón. Invocó el honor del ejército y la marina y nuestro sometimiento a las autoridades militares. Más tarde, mientras yo cumplía dicho plantón, dejó sin efecto la sanción. Esa noche dormimos sin ser molestados de manera especial.

La custodia, a la vez que impresionante, era en cierto modo ridícula.

En el pasillo entre las dos líneas de celdas estaban apostados soldados y suboficiales con las armas sin seguro, en número tal que para caminar era menester abrirse camino entre soldados y oficiales.

Para sacamos de las celdas se usó al comienzo un procedimiento muy singular. Obtenido el permiso para salir con diversos motivos, por ejemplo, para ir al baño, se desalojaba el pasillo, se abría la celda y se nos hacía caminar en dirección al hall encajonados de frente por varios hombres uniformados con las armas sin seguro y apuntando. Luego, al llegar a la puerta de salida de ese hall, nos daban la voz de alto y desde allí nos conducían al baño encajonados desde atrás a muy corta distancia, caminando lentamente entre soldados y oficiales armados apostados cada dos metros. Un soldado ingresaba con cada uno de nosotros al baño y permanecía allí, encañonándonos, hasta que concluyéramos nuestras necesidades.

Así transcurrió el día miércoles 16 hasta la noche del jueves 18. Desde entonces, regularmente, nos entregaban las colchonetas y las mantas a las diez de la noche y las retiraban alrededor de las cuatro, hora en que nos conducían individualmente para someternos a interrogatorios en el ala contigua del mismo edificio, en una habitación en donde éramos interrogados por oficiales de la marina y del ejército y por personas de civil, funcionarios policiales de organismos nacionales de seguridad.

Todos sin excepción -yo desde luego- nos negamos a responder a las diversas preguntas que nos formulaban, negativa que provocaba las consiguientes amenazas, agravios e insultos cada vez más agresivos y apremiantes. Las noches siguientes no nos daban las colchonetas y mantas sino después de esos frustrados interrogatorios, es decir después de las cuatro de la madrugada.

Ya a esta altura, dentro de las mismas celdas nos sometían a un trato muy duro, típicamente militar: cuerpo a tierra, sostener el cuerpo con los dedos apoyados sobre la pared, órdenes militares de echarse a tierra y levantarse, etcétera. Las órdenes imperativas nos eran dadas a través del ventanuco de la celda y quien especialmente lo hacía era el oficial naval Bravo y un suboficial de nombre Marshall o Marchal.

Los insultos y amenazas eran cada vez más habituales y el tratamiento cada vez más duro y agresivo. Se insistía siempre en la orden de que debíamos declarar y todas las presiones y amenazas se dirigían a ese objetivo.

La noche del 22 de agosto se advirtió, con la natural sorpresa nuestra, un cambio bastante notorio. Por una parte, les cabos -ya a esa altura no se advertía la presencia de simples soldados, y todos los que actuaban en nuestra custodia eran oficiales y suboficiales de marina- se mostraron más 'blandos' y hasta amables, incluso entablaron diálogos con alguno de nosotros; y, por la otra, nos llamó la atención que nos entregaran las colchonetas y mantas bastante temprano, a una hora entonces desacostumbrada, inmediatamente después de habernos dado de comer, aproximadamente a las diez de la noche.

No nos interrogaron esa noche y alrededor de las 3.30 de esa madrugada nos despertaron dando patadas sobre la puerta de las celdas y haciendo sonar violentamente pitos por el mismo ventanuco.

Además, por primera vez, abrieron todas las celdas. Antes siempre lo hicieron celda por celda. Nos ordenaron salir y colocamos de espaldas a las puertas de las celdas. Nos dieron la orden de bajar la vista y poner el mentón sobre el pecho. Yo estaba con Delfino en la mencionada celda N° 10 y ambos acatamos la orden. Pasaron uno o dos minutos desde que salimos de la celda y apenas instantes desde que todos bajamos la mirada y colocamos el mentón sobre el pecho.

Sentí entonces, casi de inmediato, dos ráfagas de ametralladora. Pensé en fracción de segundos que se trataría de un simulacro con balas de fogueo. Vi caer a Polti que estaba de pie sobre la celda N' 9, a mi lado; y de modo casi instintivo me lancé dentro de mi propia celda. Otro tanto hizo Delfino. De boca ambos en el suelo, Delfino a mi derecha, permanecimos en esa posición, en silencio, entre tres y cuatro minutos. Nuestro único diálogo fue el siguiente: Delfino dijo 'Qué hacemos', yo contesté algo así como No nos movamos.

Durante ese breve lapso escuché una o dos ráfagas de ametralladora al comienzo, luego varios tiros aislados de distinta arma, gemidos y ayes de dolor y respiraciones agotadas o sofocadas. Luego se introdujo en la celda, pistola en mano, el oficial de marina Bravo. Nos hizo poner de pie con las manos en la nuca.

Dirigiéndose a mi me requirió en tono muy duro -parecía muy agitado- si iba o no a declarar. Respondí negativamente y sin nuevo diálogo ni espera me disparó un tiro en el estómago con su pistola calibre 45. No apuntó y disparó desde la cintura. Acto continuo le disparó a Delfino. La distancia no alcanzaba al metro o metro y medio. Estábamos en la mitad de la celda y Bravo había traspuesto la puerta y se encontraba dentro.

Yo caí sobre el lado izquierdo mirando hacia la puerta; y Delfino a mi derecha. Sus pies quedaron a la altura de mi abdomen y me oprimían. No sentí que Delfino se moviera cuando. Con mucho esfuerzo corrí unos centímetros sus pies. Quedamos allí entre diez y treinta minutos. No puedo precisar con exactitud el tiempo. No perdí totalmente el conocimiento. Entraron algunas personas. Les oí decir que yo estaba herido. Adopté el temperamento de no moverme ni quejarme.

Al cabo de ese lapso que no puedo precisar con exactitud, llegaron enfermeros navales. Usaban chaquetas azules y un gorro blanco. Nos colocaron sobre camillas y me transportaron esquivando cuerpos caídos en el pasillo, pasando de hecho sobre ellos. Me depositaron en una ambulancia. Era aún de noche.

Me llevaron a una sala médica. No me sometieron a ninguna curación. Apenas si me limpiaron la herida y creo que me dieron un calmante. Presumo que así fue porque me dormí. Allí pude ver a María Antonia Berger, Alfredo Kohon, Carlos Astudillo y Haidar.

Luego, en avión, ya de día -ignoro la hora- me trasladaron a Puerto Belgrano. Allí fui operado. También allí me entrevistó el juez naval ante quien declaré sobre estos hechos y ante quien firme mi declaración."

La Reacción Popular

El gobierno y la Armada explicaron la tragedia como un intento de fuga, ordenó una investigación que nunca avanzó y el caso fue cerrado durante la dictadura que se inició en 1976. El resto de la sociedad dio por entendido que se trató se una masacre premeditada, fundada en la bronca que les generó la fuga exitosa de los jefes, así como la militancia armada de todos los detenidos. 

Horas despues de la masacre de Trelew la noticia empezó a difundirse en la Argentina y el mundo. El gobierno militar sancionó esa misma noche la ley 19797 que prohibia la difusión de informaciones sobre o de organizaciones guerrilleras, intentando acallar todo tipo de información que contradiga la versión oficial difundida por el jefe del Estado Mayor conjunto Contramirante Quintana. El comunicado oficializaba la versión creada por el capitan Sosa en la cual las muertes fueron como resultado del intento de Mariano Pugadas de arrebatarle su arma.. Por parte de las fuerzas militares los militares no reportaban ningun herido.

El odio de la población a la dictadura militar era ya lo bastante intenso que este nuevo asesinato llevo a miles de argentinos a manifestar ese dia en las calles de los diferentes rincones del pais. A pesar del estado de sitio y la fuerte presencia de las fuerzas represivas en las calles, los manifestantes las enfrentaron con piedras, bombas molotov y barricadas y bajo la consigna "Ya van a ver, ya van a ver, cuando venguemos los heroes de Trelew".

En la carcel de Rawson los presos compañeros de los asesinados se fueron enterando de la masacre a pesar que la carcel estaba desde el dia de la fuga completamente en mano de las fuerzas militares y de gendarmeria.

Los seis dirigentes del ERP, FAR y Montoneros, llegaron a Chile donde quedaron detenidos hasta que se decidia su destino. El gobierno militar Argentino habia pedido su extradición bajo los cargos de pirateria aerea. El gobierno de Salvador Allende despues de la masacre, otorgó la salida de los fugados a Cuba, donde fueron acogidos por el gobierno revolucionario de Fidel Castro.

Los cuerpos de Maria Angelica Sabelli, Eduardo Capello y Ana Maria Villareal de Santucho fueron velados en la sede del Partido Justicialista de la Capital Federal. Durante la noche y la mañana siguiente miles de argentinos defilaron por el local de Avenida La Plata. Por la tarde del dia 23 las fuerzas policiales entraron a la sede justicialista rompiendo las macisas puertas con las tanquetas. Golpeando a los presente, incluido los familiares de los muertos, el Comisario Alberto Villar, obligo a las familias a enterrar inmediatamente a los tres militantes en el cementerio de la Chacarita y Bulogne.

En Cordoba el jefe del tercer cuerpo Alcides López Aufranc cerró el local de la CGT para impedir el sepelio de Toschi, Pugadas, Polti, Lesgart y Mena. Al dia siguiente la CGT reabrió y fueron velados alli Toschi, Pugada y Lesgart. Las fuerzas represivas cargaron alli tambien contra los visitantes.

En Rosario velaron a Delfino y Del Rey, en Tucuman, Lea Place, Mena, Suarez Polti. En Santiago del Estero fue velado Astudillo, Ulla en Santa Fe, Bonet en Pergamino y Kohon en Concordia, Entre Rios.

Aunque los carceleros de aquella madrugada del 22 de agosto alegaron defensa propia el inverosímil relato careció de consistencia y no pudo resistir el testimonio de María Antonia Berger, Alberto Miguel Camps y Ricardo René Haidar, los sobrevivientes.
Esa incapacidad para justificar la conducta criminal pudo haber influido en la decisión posterior de clandestinizar el plan represivo del terrorismo de Estado a partir de marzo de 1976. En todo caso, esa madrugada quedó instalada la opción de la muerte como "solución final" para el desafío de la insurgencia.Desde la perspectiva del poder establecido, había que quebrar de cualquier modo la voluntad popular de tomar en sus manos el destino propio. 

Memoria, Verdad y Justicia

Cuarenta años se cumplen hoy desde que 16 presos políticos que habían estado detenidos en la Unidad Penal N° 6 de Rawson, fueron acribillados en la Base Almirante Zar de Trelew por efectivos de la Armada Argentina, algunos de los cuales están siendo juzgados por esos hechos que fueron calificados como delitos de lesa humanidad.

Ayer, las actividades recordatorias incluyeron en Trelew la continuidad de la realización de un mural en el anfiteatro de la laguna Chiquichano, la presentación del mural "22 de agosto" en Rawson, la Inauguración de la placa "Poemas de Galeano", con la presencia de Vicente Zito Lema, la presentación del Libro "Hubiera querido..." de Rosa María Pargas, la Proyección de cine documental "Fotos de Familia - La Historia de los Pujadas".

En Trelew se colocó una placa en reconocimiento a la Gremial de Abogados y se concretó una charla debate para la juventud y público en general, denominada "Unidos y organizados", a cargo del diputado nacional y referente de La Cámpora, Andrés "Cuervo" Larroque.

También se presentó un libro de Marcela Santucho y hubo una marcha de antorchas. Las actividades cerraron con una peña.

Hoy se inaugurará el mural en la Laguna Chiquichano y a las 16 será el acto central en el Centro Cultural por la Memoria (en el exaeropuerto de Trelew) con la participación de autoridades nacionales, provinciales y locales.

Se anunció que el gobernador de Río Negro, Alberto Weretilneck y el ministro de Educación Marcelo Mango, participarán del acto.



Recordar Forma parte sustancial de una misma y única batalla entre quienes quieren ponerle fin a la Historia y los que soñamos con el futuro. 

Por Gabriel Doti el 22 de Agosto de 2012

Fuentes:

http://www.elortiba.org/trelew.html
www.elhistoriador.com.ar
www.rionegro.com.ar/diario/a-cuarenta-anos-de-la-masacre-de-trelew-946365-9532-nota.aspx

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