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miércoles, 26 de febrero de 2014

Los zarpazos de los ahogados


A la larga, le van a encontrar la vuelta. Tanto que lo intentan, lo pueden lograr. Si alguien sospecha que esto es paranoia, tal vez tenga razón. Es posible que la mirada alarmista sobre los hechos de Venezuela esté teñida por un corazoncito que todavía conserva latidos revolucionarios. Quizá los opositores que marchan por las calles incendiando autos y edificios públicos, con sus armas dispuestas a disparar a quien se cruce no tengan malas intenciones. En todo caso, destituir a un presidente elegido democráticamente y pedir su cabeza a los gritos no sea algo tan grave para las instituciones. O tal vez uno se confunde: que una cadena internacional de noticias pida a gritos un golpe de estado en un país latinoamericano no necesariamente vulnere la soberanía. Claro, para llegar a estas conclusiones es necesario consustanciarse con la mirada imperialista y justificar sus intromisiones cuando el curso de los hechos no satisface su avidez hegemónica. Lo hemos visto: jamás han escatimado recursos para torcer el rumbo de la historia. Bombas, atentados, conspiraciones son las herramientas a las que apelan cuando alguna nación pretende escapar de su sombra. Y entonces, no importa nada la vida, la democracia, la libertad ni los derechos. 

Porque como Ellos son los autores del discurso único que estamos intentando desterrar desde hace un tiempo, pueden acomodar las cosas a su antojo. Que Leopoldo López esté preso por intentar derrocar un presidente es un atropello propio de la peor de las dictaduras. Está clara la paradoja: para defender los privilegios de la minoría vale todo, pero para resguardar los derechos de la mayoría, hasta un suspiro hiere la susceptibilidad de los gringos. Si el líder opositor venezolano con poco respaldo en las urnas gozaba de la libertad para conspirar y alentar la violencia fue gracias a un indulto que el dictador Hugo Chávez le concedió después del fallido intento de golpe de 2002. Si la revuelta hubiera triunfado, sus promotores no habrían dudado en fusilar a los funcionarios chavistas o, al menos, dejarlos presos de por vida. 

Para la visión hegemónica de las cosas, cualquier recurso es válido a la hora de destruir intentos transformadores. Sus exponentes torturan, asesinan, censuran, saquean pero consideran como un atropello que un conspirador esté preso. Ellos llaman disenso convocar a una revuelta o pedir la cabeza de un mandatario. Ellos dicen que mentir, distorsionar o manipular es libertad de expresión. Ellos llaman “democrático” a cualquier gobierno que empobrezca a su pueblo en pos de intereses corporativos. Ellos catalogan como “violencia” la reacción de los que intentan escapar de la opresión. Observar estas cuestiones con claridad ayudará a frenar los intentos del Imperio por ordenar su patio trasero. Los países suramericanos con proyectos populares están en peligro porque el Norte quiere exportar su crisis. 

Para que esto no ocurra, es necesario estar atentos y neutralizarlos. Y, sobre todo, comprender de una vez por todas que no desean el bien de todos. Detrás de sus airadas denuncias y su disfraz republicano se esconden las peores intenciones. Si están desesperados es porque ven amenazados los privilegios que han gozado durante décadas. Acá, allá y acullá. Y el Imperio está muy atento porque el Sur se está transformando. La equidad que se está construyendo es la refutación del modelo neoliberal que han defendido todo este tiempo porque la libertad de mercado que defienden es la mejor manera de condenar a los pueblos a la pobreza. 

A civilizar la barbarie
 
Como cualquiera puede comprobar, lo que insume una década construir, puede destruirse de un plumazo. De nada valen los logros si una consigna agorera triunfa en la malversada opinión pública. Un candidato aséptico con buena prensa puede conquistar voluntades con promesas pueriles. Sólo basta asegurar que los cambios profundos se pueden hacer sin molestar a nadie. Aunque parezca tentador, eso es imposible. El conflicto es inevitable para transformar las cosas en serio. Para reducir la inequidad, es necesario que los que más tienen renuncien a algunos de sus cuantiosos privilegios. Para que la redistribución se convierta en realidad, hace falta que los más ricos resignen una mínima parte de sus ganancias. 

Y aunque en estos diez años han ganado como nunca, los grandes empresarios quieren todavía más. El desenfreno en su avaricia se pone en evidencia con los porcentajes con que remarcan los productos. Ningún negocio garantiza porcentajes de tres y hasta cuatro dígitos. Menos aún en la comercialización de alimentos. Un productor recibe 50 centavos por cada kilo de cebollas, pero en el supermercado se vende a más de seis pesos. Eso es un abuso, una estafa, un acto de piratería que debería castigarse. Uno de los resultados positivos del programa Precios Cuidados es que ha puesto en debate la tasa de ganancia de productores y comerciantes, sobre todo de aquellos que gozan de una posición dominante. Y esto, más que libertad de mercado, exige mayor regulación por parte del Estado. 

Por eso, ante las denuncias presentadas en la Secretaría de Comercio por incumplimiento del acuerdo, La Presidenta y su equipo ya se han puesto a analizar una serie de medidas para combatir la concentración y la posición dominante en distintos sectores de la economía. El Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich señaló en estos días que “si la actitud de todos los sectores económicos fuera responsable y seria, no se generarían remarcaciones alevosas que exigen una intervención del Estado”. No son responsables ni serios, sino avaros, angurrientos, miserables. Tampoco son confiables, porque ni cumplen con un acuerdo firmado por ellos mismos. Con la impunidad que caracteriza al poderoso, se burlan de las autoridades y de los consumidores. 

En el Congreso, algunos legisladores ya están preparando algunos proyectos de ley para que las multas no sean frenadas por la servil protección que brindan algunos jueces. Otros están considerando la revisión de la ley de abastecimiento, para neutralizar una herramienta de especulación y desestabilización. En una semana, CFK inaugurará las sesiones ordinarias y quizá en su discurso, presente todas las iniciativas para dejar a estos conspiradores sin armas para alterar nuestra vida. A lo mejor incluye algún proyecto para limitar los porcentajes de ganancias o para impedir que con agregados mentirosos encarezcan los productos tradicionales. Como no se puede confiar en ellos, hay que limitar sus posibilidades tramposas. 
Algunos se escandalizan porque consideran que lo mejor para la economía es la libertad de mercado. Por eso llaman autoritario a todo gobierno que esboce algún intento de regulación, como si esa libertad fuera un derecho constitucional. No lo es, por supuesto: apenas significa una mirada sobre el mundo económico. Esa libertad es una hacedora de desigualdad; la única libertad que propaga la opresión. Asociar ‘libertad’ a ‘mercado’ debería estar prohibido en todas las constituciones. Y hay otra libertad sobre la que habría que debatir en profundidad. La libertad de expresión –patrimonio exclusivo de los medios dominantes- termina siendo libertinaje vociferante. También son peligrosos, destituyentes, atroces. Si no fuera por ellos, todo sería más fácil. Gracias a ellos, gobiernan los que nunca son votados. Pero los hechos demuestran que estamos en el buen camino y que ellos están equivocados. Por eso su desesperación. Por eso nuestra tranquilidad, la de la segura victoria, la del mejor futuro. 

Por: Gustavo Rosa.
Publicado en: apuntesdiscontinuos.blogspot.com.ar

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