Irresponsable,
cínico, simplista. Como siempre, el Jefe de Gobierno porteño sorprende con todo
esto y mucho más. Y uno no se explica
qué le vieron sus votantes. Quizá, muchos de ellos estén padeciendo la
angustia de no encontrar un lugar en la escuela pública para sus hijos como
consecuencia de las políticas privatistas de Mauricio Macri. Nunca imaginaron,
al introducir el voto amarillo, contenedores disfrazados de aulas o separadores
de cartón prensado en medio de los pasillos de un edificio histórico. La falta de imaginación se suplanta con la
información, vale aclarar. El Alcalde Amarillo no esconde nada ni pretende
disimular sus intenciones. Quien se sorprenda por los conflictos originados por
la inscripción on line y la falta de
vacantes, seguramente estaba mirando otro canal. O, mejor dicho, los canales que sólo existen para acomodar a alguien
como él en el sillón presidencial.
A la vez que
las partidas presupuestarias para la educación pública sufrieron periódicos recortes,
las sumas destinadas a los colegios
privados fueron creciendo en cada ciclo lectivo. Cierre de cursos, falta de
mantenimiento, casi nula construcción de nuevas escuelas, mientras afirma una y otra vez su preocupación por la educación
pública. Eso es hipocresía. Por eso, lo que hoy ocurre con más de 10 mil
chicos en la CABA –que a pocas semanas del inicio de clases no saben dónde van
a estudiar- no es imposibilidad, descuido o negligencia, sino producto de la peor de las intenciones: provocar descontento y favorecer
nuevamente a los privados.
Los medios,
los funcionarios del PRO y él mismo se encargan de echar culpas al Gobierno
Nacional, aunque nada tenga que ver con el asunto. Siempre la culpa será de
Cristina y su séquito de aplaudidores. Un recurso cuasi infantil de
demonización. Lo importante es enojar a
la gente para que empuñe sus cacerolas en contra del kirchnerismo y facilitar
su camino a la presidencia en 2015. Su única manera de llegar es caminando
sobre las ruinas del país que sólo existen en su limitada mente y el
descontento injustificado de una minoría despectiva. A no asustarse: Macri es demasiado clasista para
representarnos a todos y muy porteño para gobernar a todo el país. Macri es
un neo patricio despojado de valores
patrióticos. ¿Cómo solucionará esta crisis escolar? Como mejor sabe hacerlo.
Ante la falta de lugares, derivará alumnos a los colegios privados y becará las
cuotas. El plan perfecto para desviar
recursos y beneficiar a sus amigotes.
Un capítulo
aparte merece una de sus últimas fases, aunque no le dedicaremos demasiado
espacio. Ante un grupo de vecinos, Mauricio Macri dijo "son todos chorros los que nos gobiernan". Sin embargo, él es el único gobernante a las puertas de
dos juicios orales, postergados al infinito por los jueces del círculo rojo. Pero, además del cinismo y
la puerilidad que ostenta esta frase, subyace una constante: nunca se piensa como gobierno, sino como
gobernado; ni siquiera se siente Estado. Una negación que se nota, sobre
todo en sus constantes vacaciones. Una gestión más apoyada en el marketing que
en la acción, cuyo único objetivo es facilitar negocios más que concretar una ciudad para todos, a la que muchos no son bienvenidos.
Una
ciudad en donde todo pasa
Quizá sea porque es la capital
del país y allí confluyen los intereses más insospechados o porque los medios
generan los contenidos para que todo así lo parezca. Pero a la distancia, parece que en la CABA se concentran los actos
más abyectos. Especulaciones, conspiraciones, escaramuzas. Todos los protagonistas
parecen estar allí, en ese escenario dispuesto para entretenernos a todos. Allí parecen pasar las cosas más
interesantes, las más dramáticas, las más absurdas. Tal vez sea así en todas
las capitales del mundo, pero ésta es la
nuestra, la que parece comandar el ánimo, los humores y los destinos de la
Nación.
Mientras los rescoldos se
niegan a apagarse después de diez días de trabajo esforzado de los bomberos y
varios de lluvias, la tragedia de
Barracas promete estar durante más tiempo en el interés informativo. Las
imágenes tomadas por las cámaras de Iron Mountain inducen a pensar en la
intencionalidad del incendio que se llevó diez vidas de manera inexplicable.
Más que guardar archivos, esta empresa
parece dedicada a transformar en humo documentos bastante comprometedores.
La investigación empieza en la zona del siniestro y las pistas conducen a las
oficinas del Gobierno de la CABA. Cuando comenzó el incendio, Macri viajó con
sigilo hacia Villa La Angostura. Igual que en los tiempos de los apagones,
también estaba allí. Como si fuera una maldición. Seguramente, si se quedara más, la ciudad estaría espléndida.
Y en esa ciudad parecen también
darse los aumentos desproporcionados en los precios. No se dan por designio
divino o como consecuencia funesta del alocado clima que se ha instalado. No, es avaricia desaforada, angurria
incontenible, voracidad rapaz. Rapacidad voraz que ordena incumplir los
acuerdos firmados, esconder mercadería, confundir al comprador, multiplicar el
lucro. Las sanciones millonarias repartidas por las autoridades apuntan a
desalentar estas mezquinas arremetidas.
Ya lo advirtió La Presidenta y
algunos de sus funcionarios: que no
vengan algunos jueces serviles a diseñar
cautelares a medida. Si algo así ocurre, sus rostros deberán convertirse en
afiches. Porque eso que hacen para proteger los intereses de una minoría
destructiva no es justicia, sino
servilismo. Pero ahora hay ciudadanos que se unen al colectivo que se ha
animado a perderse en el laberinto selvático de las góndolas. Una aventura apasionante que puede detener
el saqueo empresarial. Y el primer viernes de apagón de consumo, Macri
provocó por twitter: en su mensaje, relató que había salido de compras a un súper.
Para que no haya confusiones: puede comprar cuando quiera y donde quiera, pero ¿por qué ostentar tanto desprecio hacia los
intereses de todos?
Por esto y mucho más, esa
ciudad parece estar enloquecida y no es muy alocado suponer que puede
contagiarnos a todos. Algo hay que hacer. Algunas semanas atrás, el presidente
de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, sugirió la posibilidad de trasladar la Capital Federal al norte del
país. Una mudanza soñada pero cada vez más difícil desde el punto de vista
material. En realidad, no hace falta semejante parafernalia para hacer que el
país sea más federal. En estos diez años de proyecto K, la mirada hacia el resto del país ha sido más extensa que en las
gestiones anteriores, aunque todavía falta para revertir tantas décadas de
atraso. Sin embargo, todo arranca y termina allí. El bache de una de sus calles
es el bache de todos. Y aunque algunos intentan mirar más allá de la
emblemática General Paz, la miopía se
acrecienta y a los pocos kilómetros, los párpados caen con pesadez.
Si en la CABA y en provincia de Buenos Aires
se concentra casi un 40 por ciento de la población, hay un 60 que se distribuye
por todo el territorio nacional. Un
montón de gente que ya se aburrió del espectáculo que ofrecen. Hay que
encontrar la manera de trasladar la Capital sin mover un solo ladrillo. Un
símbolo, un rasgo cultural que debemos transformar para construir el país con
el que soñamos.
Por: Gustavo Rosa.
Publicado en: apuntesdiscontinuos.blogspot.com.ar
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