Google+ Cada día somos más: Privados que nos privan de todo

Visitas

viernes, 20 de diciembre de 2013

Privados que nos privan de todo

Las comparaciones resultan odiosas cuando tienen intenciones odiosas. Desde los primeros días de diciembre, cuando la rebelión policial en las provincias facilitó los saqueos, algunas plumas poco ilustradas anticiparon la proximidad de un estallido similar al de 2001. Infames y nocivos, además de poco sutiles. Acostumbrados a manipular a individuos prejuiciosos, cada vez se preocupan menos por buscar mejores argumentos para denostar al Gobierno de CFK. Sólo unos pocos se engancharon con estas patrañas y la generalización del fenómeno se redujo a infundados rumores, más destinados a la expansión de la paranoia que a la prevención. Con los cortes de energía eléctrica intentaron algo similar, a pesar de que en estos diez años la generación se incrementó en 10 mil megavatios. Pero igual jugaron con las maliciosas comparaciones. En 1988, gran parte del país padeció una alarmante crisis energética que transformó en serio nuestra vida. Y entonces, no era un problema de distribución sino de producción y ni se soñaba con los niveles de consumo de la actualidad. Quienes siguen creyendo en esos libelos cargados de mentiras son responsables de convertirse en un público altamente desinformado y sumamente quejoso. Además de confundido, porque dirigen sus lamentos exclusivamente a La Presidenta, desde el bache que adorna la esquina hasta el ladrón que les robó la cartera, pasando por las altas temperaturas que ya están mitigando el buen juicio. No es que Cristina no tenga responsabilidad sobre parte de las cosas que ocurren, pero el jurado de los caceroleros ya la ha encontrado culpable.

Al igual que el Jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, que aprovechó los inconvenientes eléctricos para disparar un dardo a su odiado kirchnerismo y, de paso, facilitar un negocio para algunos de sus amigos. El proyecto de ley que obligaría a cada edificio de más de seis pisos a tener generadores para el funcionamiento de bombas y ascensores no sólo es una muestra más de su don de la oportunidad, sino de la inexistencia de conocimientos técnicos, a pesar de que es ingeniero. El ruido y la combustión del motor haría más insoportable la falta de energía y el almacenamiento de los bidones de nafta necesarios convertirían cada edificio en un potencial peligro. Además, apenas solucionaría una parte del problema y a un costo altísimo. Pero lo importante del absurdo episodio es que apareció en medio de la crisis como el salvador ante el descalabro provocado por el Gobierno Nacional.

Comparar la situación energética actual con la de fines de los ochenta es jugar con la desmemoria. En aquellos tiempos, para impulsar el ahorro energético no recomendaban la temperatura del acondicionador, sino que reducían el horario de los canales de TV, que transmitían desde las 17 hasta la medianoche. También se restringía la iluminación de la vía pública, vidrieras y marquesinas; los bancos cerraban a las 13 y la administración pública tomaba asueto viernes y lunes; los cortes programados eran de tres horas diarias o más y nuestra vida se ordenaba a partir de eso; trenes y subterráneos funcionaban todos los días con horarios de fin de semana. Y los aparatos domésticos de esos días se reducían al televisor, la videocasetera, ventiladores y no mucho más; algún privilegiado podría tener aire acondicionado y las computadoras hogareñas comenzaban a aparecer con timidez. La producción energética no sólo era insuficiente por inacción del Estado, sino también por la sequía, que convertía a las represas en pequeños charquitos.

Más Estado a la vista

El Gobierno Nacional está lidiando con una mochila demasiado pesada: prestadoras de servicios con mañas noventosas, que quieren recaudar sin invertir, acostumbradas a un Estado dócil que autorizaba incrementos tarifarios con la única excusa de la avidez. El kirchnerismo ha dado muestras de mucha paciencia pero, cuando se agota, las medidas han sido contundentes. Aguas, Correo, Aerolíneas Argentinas, YPF y las AFJP son muestras de ese hartazgo y los cambios han sido más que beneficiosos. “Esta situación no tiene que ver con lo ocurrido en la década del ’80 –explicó el ministro de Planificación, Julio De Vido- sino con la preservación y reparación de la infraestructura del sistema de distribución eléctrica en los menores plazos”.

En estos años se han sumado más de 10 mil megavatios en el suministro y transporte de energía pero “el problema son los cables de media y alta tensión, donde las empresas privadas tienen que invertir, así como en estaciones y subestaciones transformadoras para atomizar el riesgo", aclaró el Jefe de Gabinete Jorge Capitanich. Y después vino la advertencia casi con forma de decisión tomada: “ante nuevos incumplimientos en el contrato de concesión, el Estado Nacional está dispuesto a prestar el servicio en forma directa”. Quizá estemos ante un nuevo paradigma: son los privados los que están forzando una estatización; casi la están suplicando, como si el nuevo negocio fuera la expropiación.

Y no sólo en las empresas de servicios, sino en otros ámbitos de la economía. Esta semana se conocieron las maniobras de las grandes formadoras de precios para gambetear los acuerdos de precios. Llamamos maniobras a lo que en realidad, son estafas. Habría que controlar qué tiene de plus un paquete de yerba para que justifique duplicar su precio. O los aditamentos que fortifican un yogur o la leche para engrosar su costo. Una paradoja: los privados que detestan la intervención estatal actúan como si la exigieran. Después, que no se quejen. No se los puede dejar solos porque apelan a sus más viles trampas para birlar billetes. Entonces, se hace imprescindible reforzar los controles sobre estos angurrientos que malogran nuestra vida cotidiana. Y reducir su tamaño, porque ya estamos hartos de estos grandotes que simulan competir cuando en realidad sólo se reparten el mercado.

Una primera medida para evitar que nos sigan robando es impedir que los productos que pueblan nuestras alacenas se disfracen de medicamentos. Esa estrategia de marketing que comenzó en los noventa y que recrudece cada vez más, habría que desterrarla. Si alguien necesita vitaminas, hierro, aumentar las defensas, bajar el colesterol, incrementar la energía y todas las mentiras que nos venden desde las góndolas, que vaya a un médico y no a un supermercado. Los remedios que las grandes empresas nos ofrecen están enfermando nuestra economía. Restringir las opciones facilitaría cualquier control.

Otra posibilidad de regular la producción y distribución de alimentos sería desmonopolizar el sistema. La diversidad de marcas y mercancías que ofrece una misma empresa la convierte en un pulpo que extiende sus tentáculos para absorber lo más posible. Otra medida puede ser la regionalización de la influencia de las marcas. Si, por ejemplo, un compañía tiene su planta productora en la provincia de Buenos Aires, que su alcance abarque sólo la región central. Para distribuir sus mercancías en otra región, deberá instalar una planta productora en ese territorio. Así, no sólo se incrementará la demanda laboral sino que se ahorrará en transporte. Además, facilitará el ingreso de nuevos actores algo más pequeños.

Pero el problema también está en las bocas de expendio. Las grandes cadenas de supermercados obtienen ganancias cercanas al 100 por ciento y en las ofertas que promocionan hay tantas trampas como en las variantes en los productos. Para revertir esta situación no sólo son necesarios los controles, sino un cambio cultural profundo para valorizar los negocios de proximidad. Y fomentar los mercados comunitarios, administrados por los Estados para forzar los precios a la baja. Algunos podrán decir que estas propuestas pueden vulnerar la libertad de mercado. Sí ¿y qué? Aunque esa expresión contenga la palabra ‘libertad’ no hace referencia a ningún derecho, sino a una mirada ideológica de la economía, ese discurso único que ya hace aguas en la economía mundial y que ha traído dramáticas consecuencias para los pueblos. El fin del capitalismo salvaje está próximo y sería saludable no prolongar su agonía. En este caso, la eutanasia sería más que bienvenida.


Por: Gustavo Rosa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario