Decididamente Egipto, el
bastión estadounidense en el Medio Oriente, esta atravesando una de
las crisis políticas y económicas más profundas de su historia
moderna y tanto Washington como sus aliados hacen todo lo posible por
salvarlo.
Resulta que a pesar de que el
ejército egipcio derrocó al presidente Mohamed Mursi, elegido
democráticamente, Estados Unidos no lo ha condenado y ni tan
siquiera ha criticado la violencia de los militares que han
arremetido contra las manifestaciones pacíficas que reclaman la
restitución del mandatario y que han dejado cerca de un centenar de
civiles muertos y una cifra superior de heridos.
La Unión Europea y la OTAN
eludieron calificar el golpe de Estado y solo urgieron a la rápida
restauración de un gobierno civil.
La razón fundamental es que
Egipto ha sido el principal aliado árabe de Washington desde hace
más de 40 años, por lo que recibe de la Casa Blanca una ayuda
militar de 1 300 millones de dólares anuales y la ley estadounidense
prohíbe extender asistencia financiera a cualquier gobierno surgido
de un golpe de Estado.
Además, el ejército,
entrenado por sus pares norteamericanos, ha obtenido en los últimos
30 años, 60 000 millones de dólares para la compra de armamentos
como aviones caza bombarderos F-16, misiles Patriot o tanques M1A1
Abrams lo que sobrepasa las posibilidades financieras de El Cairo
pero que han sido recompensado con rebajas de esa deuda por
Washington debido a su apoyo a la guerra contra Irak o por la firma
de los acuerdos de Camp David que significaron la ruptura de la
unidad árabe contra Israel.
A pesar de esas dádivas, la
economía atraviesa por una tremenda crisis que abarca a casi la
totalidad de la población, con un desempleo oficial del 13,2 % que
según datos de opositoras sobrepasa el 20 % de la población
económicamente activa.
Los índices negativos
continúan aumentando en proyección vertical y a finales de 2012,
uno de cada cuatro personas de los 84 millones de sus habitantes, se
hallaba por debajo del umbral de pobreza y sobrevivían gracias al
trigo subvencionado.
Tanto el Instituto
estadounidense Stratfor como el analista del gabinete del consejo
francés Agritel, Sébastien Poncelet, estiman que las dificultades
de Egipto van más allá de los problemas políticos actuales.
El Banco Central egipcio a
finales del pasado junio, no tenía más que 14 900 millones de
dólares de reservas de cambio (contra 36 000 al comienzo de 2011),
los cuales solo les sirven para pagar tres meses de importaciones del
trigo o hidrocarburos.
Los cortes a la electricidad
se han convertido en cosa cotidiana en cualquier ciudad del país
donde además escasea la gasolina, que ha alcanzado altos
precios.
Con el revuelo creado por la crisis, fue devaluada la moneda lo cual ha encarecido el precio de los productos básicos y es otra preocupación para la población.
Los sistemas de educación y atención sanitaria cada día son más deficientes, o con costos inalcanzables para muchas personas, pese a que aun el gobierno mantiene subvencionados varios productos básicos.
Desde que a principios de
2011, la crisis política se acrecentó cuando las fuerzas de
seguridad bajo el mandato del Consejo Supremo militar arremetieron
contra las manifestaciones populares con saldo de decenas de muertos
y heridos y más de 12 000 civiles juzgados en tribunales castrenses,
su principal entrada de divisas, el turismo, ha ido cayendo
constantemente. Ya muchos potenciales turistas no quieren observar
las imponentes y milenarias pirámides egipcias por el alto grado de
peligrosidad que representa viajar a ese país.
Tras del golpe de Estado
contra Mursi, las monarquías del Golfo otorgaron una millonaria
ayuda financiera al régimen militar para tratar de paliar los
problemas económicos.
Como una soga que tratar de
salvar a alguien a punto de ahogarse, Arabia Saudita entregó 5 000
millones de dólares, Kuwait 4 000 y Emiratos Árabes, 3 000
millones. Meses antes, Catar había enviado 5 000 millones.
Para el analista financiero
Andrew Cunningham, esa inyección de fondos no es una solución a
largo plazo sino solo parches momentáneos para una economía
desgarrada y una nación políticamente herida de gravedad.
De todas formas, los fondos de
auxilio servirán a los golpistas para adquirir productos básicos y
combustibles que permitan aminorar el malestar general de la
población.
Claro, si al final se lleva a
cabo un acuerdo pendiente desde hace dos años con el Fondo Monetario
Internacional (FMI) mediante el cual, Egipto recibirá 4 800 millones
de dólares, la situación económica interna continuaría
caldeándose.
Ese convenio, en el que han
manifestado su interés los militares en el poder y algunos de los
funcionarios que podrían ocupar cargos en el futuro régimen,
conllevaría a aceptar férreas medidas de austeridad en los
servicios públicos, las cuales fueron rechazadas por el gobierno de
Mursi.
Al concierto occidental de no
condenar el golpe de Estado, se unieron también los esfuerzos que
realiza el enviado especial de la Unión Europea en Medio Oriente, el
ex primer ministro inglés, Tony Blair, quien junto con el ex
presidente estadounidense George Bush, organizó la invasión y
ocupación de Irak en 2003.
“La democracia por sí sola
no significa un gobierno efectivo, y en Egipto quedaban dos opciones:
“intervención o caos. Traer la estabilidad a Oriente Medio no es
tarea de nadie más, sino nuestra”, afirmó en un artículo en el
diario The Guardian.
“Deberíamos comprometernos
con el nuevo poder de facto y ayudar al nuevo gobierno a llevar a
cabo los cambios necesarios, especialmente en materia económica”,
puntualizó.
Los comentarios sobran, hay
que salvar a uno de los mejores aliados de Occidente de cualquier
forma.
Por: Hedelberto López Blanch
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